Al finalizar el conflicto armado en El Salvador, los salesianos -aliados con los empresarios- decidieron formar la Fundación para la Educación Integral Salvadoreña –FEDISAL. Fue ahí donde conocí al Padre Cafarelli. Él estaba muy joven y, desde entonces, hasta diciembre de 2017 se entregó de lleno a nuestra institución.
Era 1993, Cafarelli dirigía la Ciudadela Don Bosco, desde donde se daba cursos técnicos vocacionales a los desmovilizados, el Padre coordinaba a otras instituciones salesianas, empresas y ONGs que brindaban ese tipo de servicios en todo el país.
FEDISAL siempre se ha caracterizado por velar para que en el país haya una educación más integral. Cuando hablamos de Educación Integral nos referimos a no circunscribirse a la parte académica, sino trascender a los planes de vida, a los valores de cada individuo. Es un término muy salesiano.
Y el padre Cafarelli era así. Pocas cifras, mucha sabiduría y sensatez en la toma de decisiones.
No todas las personas tienen ese balance, esa ecuanimidad; ese carácter completo e integral, la parte pastoral, administrativa, la parte contractual. El tino de no entrar tanto a la política. Un balance sin igual.
Cafarelli siempre andaba ideando y promoviendo proyectos, y siempre cumpliendo la palabra. Era un excelente comunicador. Tenía muy buena comunicación con todos, desde los vigilantes hasta los empresarios.
En cuanto a sus orígenes, no hablaba tanto de Italia, porque toda su vida había transcurrido aquí, en El Salvador. Pero se sabe que él tenía familiares con alguna facilidad económica en su tierra natal. En la Ciudadela Don Bosco, había un camión con un letrero que decía: “Cafarelli y Compañía”. Se trataba de un camión donado por un hermano suyo.



Una de las cosas que más me impresionaban de él, era su dominio de la lengua española. Quizás logró desarrollarlo porque era un amante de la lectura y vino muy joven (17 años). Sus homilías, plagadas de historia, contenían mucha información del mundo. Era homilías muy gratificantes con aplicación a casos locales. Uno aprendía mucho de ellas.
En una ocasión asistí a un retiro con él y yo sentí que había ido a un taller de trabajo, a un seminario. Esperaba encontrarme con un animador más religioso, más espiritual, en realidad me encontré con un animador didáctico y muy alegre. Su buena actitud era contagiosa.
Tenía una gran energía y frescura. Por eso no le costaba llevarse muy bien con la juventud; amaba a los niños y a los jóvenes.
Cada mañana salía a andar en su bicicleta en la ciudadela y pasaba saludando a los chiquitos del Kinder, luego a la primaria del colegio y después a la universidad. Tenía una habilidad especial para interactuar con todos y con todo. Por supuesto, pasaba por FEDISAL cuando era incipiente y se ubicaba en las oficinas de la capilla.
El padre Cafarelli siempre nos acompañó generosamente hasta en las cosas más íntimas. Recuerdo que cuando falleció mi papá, él y el padre Pierre Muyshondt llegaron a los funerales, sorpresivamente y dieron una misa de cuerpo presente. Que Dios se los pague queridos Padres! Así era el padre Cafarelli. Muy cálido y cercano.



Estamos muy agradecidos por sus enseñanzas, por la confianza que tuvo siempre en nosotros, como profesionales y como personas. Él confiaba en la institución, en las capacidades del grupo para salir adelante. Siempre le daba el beneficio de la duda a las personas, escuchaba “las dos campanadas” y siempre resaltaba el potencial de cada persona.
¡Sin duda, el Padre Cafarelli, es alguien que jamás podremos olvidar!
¡¡Qué viva el Padre Cafa!!