¿Soltar?

2018-04-16T15:04:31+00:00 By |

“Había una vez un hombre que estaba escalando una montaña. Estaba haciendo un escalamiento bastante complicado, una montaña en un lugar donde se había producido una intensa nevada. Él había estado en un refugio esa noche y a la mañana siguiente la nieve había cubierto toda la montaña, lo cual hacía muy difícil la escalada. Pero no había querido volverse atrás así que, de todas maneras, con su propio esfuerzo y su coraje, siguió trepando y trepando, escalando por esta empinada montaña. Hasta que, en un momento determinado, quizás por un mal cálculo, quizás porque la situación era verdaderamente difícil, puso el pico de la estaca para sostener su cuerda de seguridad y se soltó el enganche. El alpinista se desmoronó, empezó a caer a pico por la montaña golpeando salvajemente contra las piedras en medio de una cascada de nieve.


Pasó toda su vida por su cabeza y, cuando cerró los ojos esperando lo peor, sintió que una soga le pegaba en la cara. Sin llegar a pensar, de un manotazo instintivo se aferró a esa soga. Quizás la soga se había quedado colgada de alguna amarra… si así fuera, podría ser que aguantara el chicotazo y detuviera su caída.


Miró hacia arriba, pero todo era la ventisca y la nieve cayendo sobre él. Cada segundo parecía un siglo en ese descenso acelerado e interminable. De repente la cuerda pegó el tirón y resistió. El alpinista no podía ver nada, pero sabía que por el momento se había salvado. La nieve caía intensamente y él estaba allí, como clavado a su soga, con muchísimo frío, pero colgado de este pedazo de lino que había impedido que muriera estrellado contra el fondo de la hondonada entre las montañas.


Trató de mirar a su alrededor, pero no había caso, no se veía nada. Gritó dos o tres veces, pero se dio cuenta de que nadie podía escucharlo. Su posibilidad de salvarse era infinitamente remota; aunque notaran su ausencia nadie podría subir a buscarlo antes de que parara la nevisca y, aun en ese momento, cómo sabrían que el alpinista estaba colgado de algún lugar del barranco.


Pensó que, si no hacía algo pronto, éste sería el fin de su vida.


Pero ¿qué hacer?  Pensó en escalar la cuerda hacia arriba para tratar de llegar al refugio, pero inmediatamente se dio cuenta de que eso era imposible. De pronto escuchó la voz. Una voz que venía desde su interior que le decía “suéltate”. Quizás era la voz de Dios, quizás la voz de la sabiduría interna, quizás la de algún espíritu maligno, quizás una alucinación… y sintió que la voz insistía “suéltate…suéltate”.  Pensó que soltarse significaba morirse en ese momento. Era la forma de parar el martirio. Pensó en la tentación de elegir la muerte para dejar de sufrir. Y como respuesta a la voz se aferró más fuerte todavía. Y la voz insistía “suéltate”, “no sufras más”, “es inútil este dolor, suéltate”. Y una vez más él se impuso aferrarse más fuerte aun, mientras conscientemente se decía que ninguna voz lo iba a convencer de soltar lo que sin lugar a duda le había salvado la vida. La lucha siguió durante horas, pero el alpinista se mantuvo aferrado a lo que pensaba que era su única oportunidad.
Cuenta esta leyenda que a la mañana siguiente la patrulla de búsqueda y salvataje encontró un escalador casi muerto. Le quedaba apenas un hilito de vida. Algunos minutos más y el alpinista hubiera muerto congelado, paradójicamente aferrado a su soga… a menos de un metro del suelo.”

En la vida, cada uno de nosotros tendemos a aferrarnos a las cosas, lugares, mascotas, comidas, personas, a la vida misma y a veces, se llega el momento de ‘soltar’, es decir, dejarlas ir y digo esto porque en algunas ocasiones, nuestros sueños o metas, los proyectos que nos hemos formulado llegan a un punto sin salida que nos obliga a replanteárnoslos y a veces, es necesario dejarlos ir y crear nuevos. Soltar implica darte cuenta de que algo no está funcionando o no está bien; también se refiere a que algo ya no está y hay que dejarlo ir. Y si hay algo que el ser humano se niega, y cuesta que deje, son los sueños y las personas.

Como en el cuento del alpinista al inicio de este post, el ser humano ante situaciones que le generan miedo, terror, ansiedad e incertidumbre es cuando más se aferra a ellas. En el caso de él, se aferró a su vida aun cuando estaba a un metro del suelo para dejarse caer y estar a salvo antes que llegaran a rescatarlo. Y es casi seguro que cuando nos aferramos, la única manera de alcanzar lo que tanto anhelamos es precisamente dejar ir eso que nos impide avanzar, llámese: estrategias, ideas, hábitos, creencias, relaciones, entre otras.  Y es que ese soltar, ese dejar ir implica poner en práctica algo que nace en el ser humano solo cuando su vida enfrenta peligro: coraje, valor, determinación. Ese impulso inmenso de adrenalina que corre por tus venas y le dicta al cerebro que tienes que salvar (algo o a alguien) o salvarte (de algo o de alguien), puramente instinto de sobrevivencia que nos empuja a tomar la mejor opción para salir adelante y a veces esa opción es dejar ir (soltar) lo que tantos anhelamos y a lo que estamos aferrados.

Decidí retomar este tema porque estas semanas me he dado cuenta de que muchas personas a mi alrededor, incluyéndome, estamos aferrados a algo en particular que ha determinado que nos encontremos en un punto muerto y el día de ayer, mientras trataba de salir de un laberinto (un lugar en Apaneca que es la sensación del momento por dicho laberinto), caí en la cuenta de que nos hemos convertido en unos conejillos de indias que buscan inmensamente encontrar la salida (muchas veces nos quedamos atascados en algo en específico y al no encontrar una solución, solemos dar vueltas y vueltas alrededor sin enfrentar el problema de frente). Y cuando llegué al centro del laberinto, volví a hacer un insigt en el cual entendí que es necesario volver, o encontrar, un punto de partida que permita visualizar de nuevo nuestro alrededor o la situación en sí (tener una perspectiva) para encontrar una solución (la salida). Por ejemplo, si esas metas que no logramos alcanzar cada día se ven más lejanas, debemos revisar qué estrategias estamos utilizando para llegar a ellas; si ese proyecto que tanto hemos soñado no arranca, replanteémonos el plan para encontrar una forma de que ese proyecto aflore; si esa persona no responde a nuestro llamado o no está ahí cuando lo necesitamos, quizás es momento de soltarla y buscar entablar nuevas relaciones; si ese bocadillo que tanto anhelamos comer en las tardes junto al café nos está haciendo daño, es momento de sacarlo de nuestra dieta para cuidarnos en salud.

A veces la soga que nos sostiene para no caer con el afán de mantenernos a salvo, o a flote, es la misma soga que no nos permite avanzar.

Esas sogas pueden ser personas, hábitos, creencias, rituales, objetos, lugares.

Con las personas y las cosas materiales suele pasar lo mismo. Desarrollamos una dependencia, a veces tóxica, hacia ellas y nos estancamos por la sola idea de que son lo único que tenemos, y no es así. En la vida se nos presentarán situaciones en las cuales deberemos tomar decisiones al respecto que no nos gustaran o nos pasarán factura a través del dolor o el sentimiento de pérdida, pero será la única forma de avanzar. Jorge Bucay nos recuerda, en su libro “El Camino de Las Lágrimas” que es necesario para el ser humano las pérdidas, porque estas nos transforman, y ante tal proceso es indispensable tener el tiempo adecuado para elaborarlas, para procesarlas. Y es ese espacio el que nos posibilita el cambio de perspectiva y el descubrimiento de una solución.

Todo nuevo comienzo en la vida requiere un final previo. Cada nuevo capítulo está sujeto a un cierre anterior y en nuestro maravilloso y misterioso andar llamado “vida”, cada experiencia y vivencia son capítulos de nuestra vida, plagados de inicios y finales. Si no nos permitiéramos cerrar algunos episodios, no nos sería imposible iniciar algo nuevo. ¿Paradójico no? Antes un inicio hay un final previo y para un inicio, debe de haber siempre un final. Y así es la vida, si queremos seguir, si queremos vivir, si queremos aprender, es necesario que el ser humano se renueve y en ello nos deberemos de despojar de todo aquello que nos impida avanzar aun cuando sean personas, objetos, lugares, creencias, hábitos que nos han apoyado por años. Sino este proceso de renovación no nos es posible, entonces quedamos expuestos ante la posibilidad de que aquello a lo que tanto nos aferramos, nos termine por destruir.

¿Alguna vez has visto la última hoja de un árbol aferrándose a su rama?

Muchas veces tenemos una hojita parecida, que no se deja caer porque espera que algo la sujete siempre. Cambiemos eso, soltemos todo aquello que nos está deteniendo para llegar a la meta. Atrevámonos a reinventarnos, a dejar ir todo aquello que nos impide crecer y veras, querido/a lector/ra como en un segundo, la perspectiva y vivencia de las cosas cambia. Incluso te sorprenderás cuanto has cambiado tú en este proceso de renovación.

¿Te atreves a soltar?

 

  • Cuento tomado del libro El Camino de Las Lágrimas, de Jorge Bucay.

¡Hasta la próxima!

Tatiana Acosta.